Análisis

Óscar Gallego
27 de marzo de 2025
Análisis geopolítico
Esta pasada semana, Donald Trump y Vladímir Putin han mantenido una conversación telefónica de dos horas, no solo para tratar de llegar a un acuerdo que ponga punto final a la guerra en Ucrania, sino también para recuperar las relaciones diplomáticas entre los dos países. Tras más de tres años con el teléfono rojo que conecta Washington y Moscú apagado o fuera de cobertura, los mandatarios estadounidense y ruso han decidido volver a sentarse frente a su escritorio y hacer la llamada. Decisión que contiene una carga política y geopolítica de gran magnitud, puesto que puede hacer tambalear los cimientos del orden político internacional establecido.
El 24 de febrero de 2022, Putin dio inicio a la invasión rusa de Ucrania en lo que él llamó “una operación militar especial”. Según el mandatario, la incursión pretendía no solo la “desmilitarización y desnazificación” de Ucrania, sino lanzar una llamada de contención geopolítica a Estados Unidos y sus aliados. Putin aseguraba que Rusia no podía sentirse segura, desarrollarse y existir con una “amenaza constante que emanaba de territorio ucraniano” y que, en última instancia, era “una cuestión de vida o muerte” para la supervivencia del Estado ruso y su soberanía. “Han cruzado la línea roja”, sentenciaba.
Poco después de que los primeros ataques cayeran sobre territorio ucraniano, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, advirtió a Putin: “no tiene ni idea de lo que viene”. Con estas palabras en el discurso del Estado de la Unión, Biden abrió una nueva etapa en el orden internacional. La sombra de la Guerra Fría volvía a ceñirse sobre el mundo, pues desde entonces ningún presidente estadounidense había hablado de un líder ruso en esos términos, etiquetándolo de “dictador” y asegurando que pagaría “un precio” por la invasión de Ucrania. El distanciamiento histórico de la Unión Europea y Rusia, el apoyo unánime de la mayoría de miembros de la comunidad europea a Ucrania y la buena sintonía con Estados Unidos, y especialmente con la administración Biden, señalaron el camino de Occidente y el papel de cada actor en este nuevo tablero.
Durante los más de 1.120 días de guerra, Estados Unidos y la UE han mantenido una misma posición de aislamiento político-diplomático y económico-comercial con Rusia. Una misma hoja de ruta occidental con sanciones a la economía rusa, reducción de la dependencia energética europea y el apoyo económico y militar a Ucrania. En estos tres años, Rusia ha logrado ocupar y controlar parte de los territorios fronterizos del este de Ucrania: Lugansk y Donetsk (el Dombás), Zaporiyia y Jersón. Y sigue la guerra de desgaste en zonas como Kursk y Járkov. La resistencia ucraniana ha sido tal gracias a la ayuda de Occidente, aunque el balance humano es de más de un millón entre muertos y heridos, 600.000 del lado ruso y casi 500.000 de la parte ucraniana, a fecha de finales del pasado año.
Justamente en noviembre de 2024, Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos frente a Kamala Harris, quien habría tomado un rumbo continuista de una administración que, al fin y al cabo, era Biden-Harris. El regreso de Trump a la Casa Blanca ha provocado un giro de 180º de EE.UU. para con Ucrania. Estados Unidos y Rusia se vuelven a dirigir la palabra y Trump y Putin se han emplazado a reunirse presencialmente más pronto que tarde. La fotografía de los dos líderes, que no se ve entre el expresidente Biden y el mandatario ruso desde 2021, puede reposicionar a las potencias, forzar a todos los actores internacionales a tomar decisiones determinantes sobre su rol en el mundo y dar paso a una nueva era geopolítica y geoestratégica.
Uno de los actores que se encuentra ante el que posiblemente sea su gran desafío estratégico, geopolítico y económico en lo que llevamos de siglo es la UE. Junto con el paraguas de la administración Biden, Bruselas ha podido seguir adelante dando pasos firmes y seguros. Estados Unidos y la comunidad europea estaban con Ucrania. Ahora Trump rompe ese aislamiento para con Rusia y deja a la Unión Europea en una encrucijada en términos de poder, de capacidad y de autonomía geoestratégica. La única directriz que no ha variado prácticamente ni un ápice entre la administración Biden y la de Trump es la de fortalecer la OTAN, ya que el actual presidente estadounidense sigue exigiendo con firmeza que los aliados aumenten el gasto en defensa. Y a pesar de la posición en la cual ha dejado Trump a la UE, esta ha decidido hacerlo.
En la llamada de la reconciliación (o al menos de la primera señal de normalización de las relaciones) entre Estados Unidos y Rusia, Trump se mostró mucho más favorable al pacto. Esta cuestión es evidente desde el mismo día que el líder republicano puso el pie nuevamente en la Casa Blanca, y quizás antes. En campaña, Trump repitió en numerosas ocasiones la promesa de acabar con la guerra en Ucrania si era elegido presidente, llegando incluso a decir que lo tendría hecho “en 24 horas”, aunque él haya acabado reconociendo que lo dijera de forma sarcástica. Ya en el Despacho Oval, Trump mantiene su intención, y para cumplirla parece que no le importa acabar pagando el precio por el pacto que Biden aseguró que Putin pagaría por la guerra.
El presidente estadounidense parece querer llegar al acuerdo cueste lo que cueste, a pesar de que eso implique acabar dando la razón a Putin. Para Trump, los costes de seguir adelante con la guerra en Ucrania son más elevados de lo que puede conseguir para Estados Unidos a nivel económico, comercial y geoestratégico si el conflicto acaba. Es por ello que parece haberse presentado a las negociaciones sin establecer mínimos ni máximos, y más bien con una hoja en blanco a las demandas de Putin sobre el territorio. Si Trump tiene que tragarse el relato del mandatario ruso, presionarlo o suplicarle por alcanzar el pacto lo antes posible, darle lo que pide y, por supuesto, vender a su aliada, la UE, es indiscutible que lo hará. Porque con toda la tajada que pueda acabar arrancando de Ucrania, ya sea el acuerdo por las tierras raras o lo que le exija a Zelenski, así como los beneficios de normalizar las relaciones diplomáticas y comerciales, Estados Unidos podrá suplir sus intereses económicos y geopolíticos.
Este escenario internacional, y el rumbo de la administración Trump, han puesto en evidencia a la Unión Europea, convertida en la gran perdedora y atrapada entre las decisiones de las dos potencias, la que creía aliada y la que considera una amenaza. La UE tiene ahora no solo la obligación de tomar decisiones de manera autónoma, sino la necesidad de hacerlo si quiere seguir teniendo un rol decisivo como actor internacional. Y a pesar de que podría asumir el reto de hacerlo sola, no sería sensato tomar ese camino viendo la era geopolítica que se abre en el planeta. Si quiere evitar acabar siendo un satélite de las potencias que se asentarán como polos de poder en el nuevo orden internacional, es inevitable que renueve su relato, reconstruya su propio significado y acepte que debe encontrar nuevos aliados con los que negociar como iguales mientras se desarrolla, crece y recupera su sitio en el tablero mundial.
Algunos analistas apuntan que los pasos que se están dando pueden suponer la muerte de la globalización tal y como la conocemos y el comienzo de una nueva era en el orden mundial. El camino tomado por Trump indica que su pretensión es replegarse de Europa y centrarse en el “Make America Great Again”. A corto plazo, Estados Unidos sabe que deberá enfrentarse en la competición internacional con actores como el gigante asiático, y de ahí su interés geopolítico en territorios como Groenlandia y Canadá. Además, atacando la línea de flotación del comercio, con aranceles a diestro y siniestro, Trump trata de golpear al actor más beneficiado de la globalización, China, y devolver a EE.UU. al centro. Con ello surge una oportunidad histórica para el acercamiento entre la Unión Europea y China, algo que destacan ya varios académicos. Llegar a este punto implicaría que la UE cambiara sus estándares sobre la potencia asiática, construyera una visión nueva y encontrase a un amigo entre tantos actores que lo parecían, y otros que casi siempre han situado como enemigos.
Fuentes
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